
Pátera de Perotito (Santisteban del Puerto, Jaén) Siglo II a. C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
El proceso de escritura de Las puertas del Hades ha estado salpicado de casualidades (un puñado de ellas, desconcertantes). Si habéis asistido a alguna de las presentaciones de la novela, me habéis escuchado contarlas. Tienen que ver con hechos que, una vez recogidos en el texto, han terminado por ocurrir (por ejemplo, que la herida que causa la muerte del protagonista se hizo realidad en mi persona en un accidente de montañismo que estuvo a punto de enviarme al otro barrio…).
Los que me conocéis, sabéis que, como santo Tomás, soy más que escéptico y que necesito meter los dedos en la herida para creer (y aún así, tengo dudas). Estoy convencido de que la vida es puro azar y que somos nosotros los que, siempre a posteriori, intentamos buscar una explicación de por qué han sucedido las cosas. A pesar de ello, voy a utilizar este entrada del blog para contaros el último salto que las palabras impresas han dado más allá de las páginas del libro. Ello me permitirá compartir una espectacular pieza de época íbera que es posible contemplar en el Museo Arqueológico Nacional.
Las puertas del Hades arranca con un viaje a la oscuridad de las cavernas de nuestros antepasados. Antes de volver al presente, el lector se sumerge en la prueba iniciática que un joven cazador debe superar para convertirse en adulto. La escena se produce hace 16.000 años y buena parte de ella discurre en las galerías de una gruta en las profundidades de la tierra. Escribir ese corto capítulo requirió meses de trabajo porque, aunque es la imaginación del autor la que hace traspasar las puertas de la vida y la muerte al personaje, el deseo de que reflejara hechos como los que en su tiempo pudieron ocurrir, me llevó a pasar muchas horas en la Biblioteca Nacional leyendo sobre el arte rupestre y las religiones de la Prehistoria. Terreno este harto resbaladizo debido a la dificultad de encontrar pruebas materiales de los ritos que entonces se pudieron realizar. Al objeto de salvar este escollo, algunos investigadores proponen utilizar como referencia las prácticas de los denominados «primitivos actuales». Analizando lo que tribus aisladas en la cuenca del Amazonas, Siberia o África creen y hacen, los estudiosos se arriesgan a plantear hipótesis sobre la cultura de nuestros ancestros. La certeza no es absoluta, pero no hay muchos más caminos.
Así descubrí que algunos antropólogos[1] e historiadores[2] sostienen que este tipo de ritos pudieron ser facilitados por la ingesta de sustancias psicotrópicas cuyos efectos se potencian al penetrar en entornos en los que se produce un aislamiento sensorial. También que el denominado «viaje» al mundo de los espíritus se concibe como una muerte en vida. Una muerte de la que se renace como un ser diferente. Y, llegando al tema que nos ocupa, que en ocasiones este «viaje» implica la presencia de «animales guía» que se hermanan con el iniciado transfiriéndole alguna de sus cualidades (fuerza, resistencia, vista…). Al plasmar estas ideas en la novela, decidí que el ser que tutelaría al muchacho en su prueba fuera un lobo. La elección del animal fue completamente subjetiva y, sin duda, estuvo motivada por la fascinación que este cánido ha ejercido siempre sobre mí (la culpa la tiene Félix Rodríguez de la Fuente). El animal devora al joven para fundirse con él en un solo ser. De este modo, quise hacer patente el paso del umbral que separa nuestro mundo del supuestamente dominado por las fuerzas del Más Allá. Así se escribió y así quedó impreso el capítulo inicial del libro que, recogiendo lo que en él se cuenta, se titula: «Morir para vivir».

Torso de guerrero de La Alcudia de Elche, (Alicante). Una cabeza de lobo protege el pecho de un guerrero íbero. 450 a. C. Museo Arqueológico de La Alcudia
El caso es que, tiempo después, al comenzar a preparar mi siguiente relato, me interesé por el mundo íbero. Documentándome, realicé una visita al Castellar de Meca (un espectacular yacimiento situado entre las provincias de Valencia y Albacete) y, no muy lejos, contemplé el llamado arco de San Pascual, un monumento natural que en la antigüedad pudo ser un santuario y que me cautivó. Por pura curiosidad, quise saber si ambos lugares habían estado relacionados y comencé a profundizar en los mitos de ese primer pueblo de la memoria hispana. En el proceso descubrí que las ceremonias de iniciación también habían sido parte de su cultura[3] (cosa que no es sorprendente) y que hay investigadores que afirman que algunos de esos ritos pudieron realizarse en cuevas[4] (lo que sí llamó mi atención porque parecía existir una similitud con lo que algunos sostienen que sucedía miles de años antes). Hasta aquí todo hubiera quedado en una curiosidad si no fuera porque esos mismos estudiosos destacan el papel del lobo en esos rituales de iniciación:
«La capacidad de enfrentarse con éxito al lobo, al guardián del Hades, se consigue por medio de rituales porque aquel lobo en los procesos de iniciación llevados a cabo en las cuevas sagradas, era el conductor, y como tal el «devorador», del neófito que debía salir victorioso de las pruebas en las que debe morir a un mundo anterior y renacer como un hombre nuevo, y para ello tiene que descender al fondo de las cuevas, a las entrañas de la tierra, a espacios infernales, para después, triunfador y por consiguiente transformado, ascender custodiado por el guardián del mundo subterráneo, por el mismo lobo.» [5]
De alguna forma, lo imaginado parecía volver a hacerse realidad aunque fuera en tiempos distintos. No se me enfade el culto lector, lo dicho no pretende ser prueba de nada, solo llamar la atención sobre las intrincadas veredas por las que discurre nuestra vida y lo que en ella nos encontramos.
El lobo es representado sobre numerosos soportes en el mundo ibérico (piedra, cerámica,…), pero para ilustrar este artículo he seleccionado una pieza que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional: la pátera de Perotito[6]. En ella, la plata ha sido modelada dando forma a un lobo que devora una cabeza humana rodeada de serpientes. La «víctima» alza sus manos en posición ritual y luce un torque alrededor del cuello. El conjunto se ha interpretado como un reflejo del tránsito al Más Allá y es por su calidad y belleza una obra excepcional. Si tienen oportunidad de visitar el MAN, no se la pierdan. Verán en los ojos del animal esa mezcla de admiración y miedo que esta criatura siempre nos ha provocado.
Aquellos que sintáis curiosidad, podéis leer los dos primeros capítulos de Las puertas del Hades desde el enlace que encontraréis en esta página:
Primeros capítulos de Las puertas del Hades
Espero que os guste 😉

Pátera de Perotito (Santisteban del Puerto, Jaén) Siglo II a. C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Kalathos con escena de caza escena en la que un cervatillo es atacado por dos lobos. S. II a. C. Museo de Teruel
[1] David Lewis-Williams y David Pierce: Dentro de la mente neolítica. Conciencia, cosmos y el mundo de los dioses. Ed. Akal, 2009
[2] Jean Clottes y David Lewis Williams: Los chamanes de la prehistoria. Ed. Ariel, 2010
[3] Rafael Ramos: Los íberos, imágenes y mitos de Iberia. Ed. Almuzara, 2017. p. 384-387
[4] J. González-Alcalde: Totemismo del lobo, rituales de iniciación y cuevas-santuario mediterráneas e ibéricas. CPAC, 25. Castellón 2006. 251
[5] Rafael Ramos, op. cit., p. 384-385
[6] Ficha pátera íbera de Perotito MAN