Peña Amaya

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«… aun encontrándose encaramada sobre las rocas, Amaia había caído como tantas otras ciudades en aquella vertiginosa campaña. La fortaleza, en apariencia inexpugnable, no había resistido el empuje de las tropas conquistadoras…»

-El puente del tiempo, capítulo 2: Tierra quemada-

En el noreste de la provincia de Burgos, casi lindando con la de Palencia, se eleva altiva la antigua ciudad y fortaleza de Amaya. Habitada desde al menos la Edad del Bronce, su importancia estratégica se pone de manifiesto por la cantidad de personajes históricos que pasaron por ella.  Augusto, Leovigildo, Táriq y Muza tuvieron que vérselas con los verticales cortados que protegen el enclave. En la cima de la peña un castillo dominó la llanura castellana hasta el siglo XIV; hoy apenas vemos sus cimientos, pero la fuerza del lugar no deja indiferente al visitante. Unos restos que fueron centro de la Historia hace tiempo, hoy solo atraen la atención de algunos estudiosos y viajeros inquietos. Sin embargo, ahí siguen esperando con infinita paciencia volver a ver la luz.

El acceso sur a la fortaleza discurre por un estrecho desfiladero que se abre para dar lugar a un valle en cuyo centro escala hacia el cielo la Peña. Desde cierta distancia la elevación parece una mesa larga y plana. Tal visión de los riscos ha llevado a quien escribe a pensar alguna vez que la ciudad de “Almeida”, lugar en que Táriq encontró la Mesa de Salomón, pudiera ser en realidad Amaya. Los textos son contradictorios respecto a dónde el caudillo bereber se hizo con la reliquia; una compilación de crónicas árabes[1] sostiene que tras la toma de Toledo, Táriq avanzó hacia tierras de Guadalajara y luego cruzó el Sistema Central por un desfiladero que tomó su nombre. Iba persiguiendo a los nobles que habían huido de Toledo llevando sus joyas y pertenencias. En un enclave “tras los montes” llamado Almeida (literalmente “La mesa”) se apoderó del famoso mueble. En realidad se trata de una posibilidad remota porque esos mismos relatos señalan que Táriq después tomó “Amaia” rindiéndola por hambre y por tanto diferencian entre ambos lugares. No obstante, el hecho de que los historiadores no hayan localizado con certeza “Almeida” y que exista un cierto parecido fonético entre ambas palabras deja algo de espacio para esta, quizá, descabellada hipótesis. Sea o no sea el caso (y lo más probable, insisto, es que no lo sea), de lo que hay menos dudas es que en Amaya Táriq se hizo con un importante botín.

Volviendo a nuestros días, el actual pueblo de Amaya se sitúa a los pies de la montaña buscando refugio de los vientos que azotan el alto. A través de un camino que nace en la plaza del pueblo accedemos al primer peldaño de una imaginada escalera que lleva a la cumbre. Por el lado de poniente atravesaremos una trinchera excavada en la roca. Enseguida se hacen visibles los restos del poblado medieval y la cimera cumbre sobre la que en su día se posó el castillo.  Si ascendemos podremos ver una impresionante imagen de la llanura castellana extendiéndose hasta donde se pierde la vista.

Lamentablemente, se han realizado pocas campañas arqueológicas de relieve que ayuden a entender qué papel jugó la urbe en las diferentes etapas de ocupación. Esperemos que en un futuro la vida de aquellos que tiempo atrás la habitaron pueda volver a cobrar vida en nuestra memoria.


[1] Ajbar Machmua. Colección de Obras Arábigas de Historia y Geografía. Trad. Emilio Lafuente, Madrid, 1867.


Para saber más:

La ciudad de Amaya en la Wikipedia

La ciudad de Amaya en Celtiberia.net



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