Copérnico, el rey sabio y el hombre de los ojos azules

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El 24 de mayo del año de nuestro Señor de 1543, el canónigo de la catedral de Frombork, yacía muy enfermo en el lecho. Rodeado de amigos, le estaban mostrando uno de los primeros ejemplares de su obra cumbre. Incapaz de mover el lado derecho del cuerpo, un asistente le pasaba lentamente las primeras páginas. Nicolás Copérnico, haciendo un postrer esfuerzo, intentó leer el prólogo. Aunque su rostro no mostró reacción alguna, quedó desconcertado: había frases que no reconocía escritas por su mano. Cerró los ojos y se dejó caer sobre la almohada. En realidad, ya nada importaba, era consciente de que su tiempo se había agotado. Por unos instantes, volvió a dudar de si había hecho bien al publicar aquellas ideas. Recogían larguísimos años de trabajo y creía que eran correctas. Sin embargo, era consciente de que el modelo que proponía situando al Sol en el centro del universo contenía imperfecciones. Se consoló pensando que otros antes que él habían planteado una solución similar para explicar el movimiento de los errantes. Un astrónomo andalusí de nombre Azarquiel incluso había propuesto una extraña forma ovalada para la órbita de Mercurio. Recordó nuevamente las lecturas que había hecho de ese antiguo erudito y sonrió al pensar en la manía que tenía de simplificarlo todo. Al igual que él mismo, pensaba que el cielo debía regirse por leyes sencillas. Hacía muchos siglos que aquel sabio había dejado este mundo, quizá, estuviera donde estuviera, ya conocía la verdad. Deseó que la puerta que estaba a punto de cruzar también le permitiera comprender la obra del Creador. Se encomendó a Dios y esperó que sucediera lo inevitable.

Quien escribe estas líneas no estaba allí para conocer cómo sucedió exactamente esta escena (mucho menos para saber qué rondaba por la cabeza del famoso astrónomo polaco), así que, el suceso que acaban ustedes de leer tiene elevadas dosis de ficción. A pesar de todo, podemos decir con certeza que Copérnico estudió las obras de los antiguos griegos y que muy posiblemente era consciente de que tanto Filolao de Crotona[1] como Aristarco de Samos[2] habían explicado el movimiento de los astros diciendo que la Tierra no ocupaba el centro del cosmos. Además, barriendo para casa, también podemos afirmar que este gran erudito se apoyó durante largos años en dos importantísimas obras de la historia de la astronomía hispana: Las Tablas Alfonsíes y los libros de Azarquiel.

01-cellariusDetalle de ilustración del sistema de Copérnico del atlas de Andreas Cellarius Harmonia Macrocosmica

Tenemos la convicción de que Copérnico utilizó las tablas astronómicas mandadas elaborar por Alfonso X porque estas eran una de las obras que lucían en su biblioteca. Por otro lado, Azarquiel es citado en repetidas ocasiones en sus escritos[3]. Estas evidencias nos llevan a pensar que, aunque no seamos conscientes de ello, el Medievo español tuvo, en el ámbito científico, importantes figuras que no han sido lo suficientemente reconocidas. Saben ustedes que en este blog nos gusta rescatar personajes, sucesos y lugares importantes en la historia de España que han caído en el olvido, por lo que, en esta ocasión, les proponemos un rápido viaje a las aportaciones del rey sabio y de Azarquiel a la astronomía.

Abu Ishaq Ibrahim ibn Yahya ibn al Naqqas, también conocido como el Cincelador o Azarquiel (este último apodo posiblemente motivado por el color azul claro de sus ojos[4]) es uno de los científicos más importantes que ha dado nuestro país. Se ha discutido sobre su lugar de nacimiento, aunque los estudiosos afirman que lo más probable es que viniera al mundo en Toledo en torno al año 1030. De familia humilde, de joven trabajó como forjador en el taller de su padre. Por su habilidad para moldear el metal, recibió el encargo de realizar instrumentos astronómicos para la élite cultural de la ciudad del Tajo. No tenía formación académica, pero su aguda inteligencia le granjeó la confianza del cadí de la ciudad, a la sazón, uno de sus clientes. Gracias a este mecenazgo tuvo acceso a las obras clásicas de la astronomía antigua que hacía siglos habían sido traducidas al árabe. En las páginas de aquellos tratados descubrió las explicaciones matemáticas y geométricas que sustentaban los trabajos que hacía como artesano. Poco a poco, se fue convirtiendo en un especialista hasta el punto de que el alumno se transformó en maestro. No contento con hacer realidad las ideas de los antiguos, se propuso mejorarlas. Y lo consiguió. Construyó un nuevo tipo de astrolabio cuya principal virtud era que podía ser utilizado en cualquier latitud (lo que constituía una mejora fundamental para la navegación). Además, como observador incansable de los cielos, constató también que los viejos almanaques que predecían el movimiento de los astros contenían errores y se aplicó a la tarea de corregirlos. Fruto de este trabajo elaboró las que luego serían conocidas como «Tablas Toledanas» cuya precisión superaba con creces a cualquiera de las anteriores. Por si esto no fuera suficiente, también escribió un tratado conocido como «Lámina de los siete planetas» en el que, por primera vez, aparece un planeta (Mercurio) cuya órbita no se describe como la de un círculo perfecto, sino como la de un óvalo.

La última aportación señalada en relación a la forma en la que se movía uno de los errantes ha sido analizada por varios estudiosos. Se ha argumentado que la obra de Azarquiel pudo incluso inspirar a Kepler, pero no hay pruebas concluyentes en ese sentido. En cualquier caso, lo asombroso es que una contribución tan audaz como la mencionada haya pasado de puntillas por la historia de la ciencia. Decimos que la contribución fue audaz, no solo porque se aproximara más a la realidad, sino porque el peso de los clásicos, en especial del pensamiento de Aristóteles y Ptolomeo, pesaba como una losa y había que tener las cosas muy claras para atreverse a contradecir sus enseñanzas.

03-libros-del-saber-de-astronomia                    Libros del saber de astronomía: Órbitas de planetas. Nótese la forma ovalada de la
órbita de Mercurio

La obra del astrónomo toledano pasaría al mundo occidental gracias a la labor de un muy nombrado, pero en realidad poco conocido rey. Siglo y medio después de la muerte de Azarquiel, Alfonso X, llamado el sabio, se propuso continuar la ingente tarea iniciada por la famosa Escuela de Traductores de Toledo. El objetivo de esta institución fue verter al latín y al romance los tratados escritos en lengua árabe para rescatar los saberes de la antigüedad y acceder a las aportaciones de los eruditos islámicos. El rey Alfonso potenció esta tarea poniendo especial énfasis en los manuscritos científicos. Sepa el lector que la labor no consistió en la mera copia, los colaboradores del ilustrado monarca intentaron, cuando era posible, completar y mejorar aquellos saberes. Pues bien, partiendo de las antes mencionadas Tablas Toledanas, se elaboraron las llamadas Tablas Alfonsíes que fueron durante casi cuatro siglos la referencia astronómica más exacta de que se dispuso en Europa. Para que se hagan una idea de su importancia, diremos que dicho almanaque fue, tras la invención de la imprenta en el siglo XV, editado en trece ocasiones (de 1483 a 1641[5]). La razón de tan longevo éxito reside en que su precisión no se vio superada hasta finales del XVI por las observaciones de otro magno astrónomo: Tycho Brae. Además de las tablas, Alfonso X impulsó la elaboración de los «Libros del saber de astronomía». Estos textos constituyeron también una referencia fundamental para los estudiosos europeos posteriores, ya que recogían buena parte de los conocimientos que sobre esta ciencia legaron griegos y árabes.

Podríamos hablar de otras aportaciones de personajes como Al Idrisi o Abraham ibn Ezra en los campos de la geografía y las matemáticas, pero lo dejaremos para otra ocasión. Baste lo dicho para hacernos una primera idea de la importancia de la contribución de los eruditos hispanos al desarrollo del saber europeo durante el Renacimiento.

Una vez más, no queda más remedio que admitir que los pasos en la ciencia no se dan sino apoyándose en los trabajos de otros que nos precedieron (aunque estuvieran equivocados).

04-astrolabio-alfonso-xReproducción del denominado astrolabio de Alfonso X. Museo Naval, Madrid


[1] Filolao pertenecía a la escuela pitagórica y Copérnico alude esa corriente de pensamiento para argumentar que sus propuestas no eran completamente nuevas. Véase: Historia de la matemática por Carl B. Boyer. Alianza Editorial, Madrid, 2010, p. 84

[2] Aristarco no es mencionado expresamente en las obras de Copérnico, pero su pensamiento era conocido desde la antigüedad por los estudiosos de la mecánica celeste al ser el primero que formalmente planteaba un modelo heliocéntrico completo. Debemos señalar que Copérnico sí que menciona a Marciano Capella que en sus escritos recoge la tradición de un antiguo modelo propuesto en Grecia en el que Mercurio y Venus giraban en torno al Sol, aunque el astro rey girara alrededor de la Tierra.

[3] Carlos Dorce: Azarquiel: el astrónomo andalusí. Ed. Nivola Libros y Ediciones, S.L., 2008, p. 68

[4] RAE

Zarco, ca.
(Del ár. hisp. zárqa, y este del ár. clás. zarqā’, la que tiene ojos azules).
1. adj. Dicho del agua o, con más frecuencia, de los ojos: De color azul claro.

[5] Antonio Claret dos Santos (CSIC): Azarquiel y otras historias. La astronomía en al-Andalus. ISBN 84-9335574-5-6


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